FOTO: El País

*Obviamente no es un vídeo de anoche, pero es para que os hagáis una idea de lo que fue. Lo que se siente en vivo es imposible de expresar, pero lo intentaré:

En la calle llovía y el viento cortaba la cara. Acababa de salir del metro corriendo y mientras Aimar (esa persona maravillosa que hace posible este blog) hablaba por teléfono yo repasaba mentalmente las canciones de Hurts. Las que me gustan, las que me encantan, las que no me sé, todas. Nunca se me había hecho tan largo el trayecto desde Gran Vía hasta Sol. Estaba emocionado como un fan absoluto. Llegamos a Joy Eslava una hora y media antes del concierto (esto no es nada, cuando tenía 18 años fui al concierto de Shakira en Málaga y me planté en la puerta a las 8 de la mañana, pero esa es otra historia que no viene a cuento ahora).

Dentro una mesa minúscula ofrecía todo tipo de merchandising en blanco y negro y en negro y blanco: camisetas, mecheros, llaveros… Ya dentro de la sala el ambiente era como de discoteca un sábado por la noche. No había mucha gente aunque la mayoría estaba concentrada en el centro de la pista mirando hacia adelante esperando por aquello que tardaría una hora más en salir. Aimar y yo nos quedamos a un lado desde el que se veía casi perfecto el escenario (esto es una suerte teniendo en cuenta que rondamos -por debajo- el metro setenta). Delante de nosotros dos chicos demasiado eufóricos que me hicieron sentir un fan de pacotilla luchaban contra todo para controlas su emoción. Era inútil, los grititos y saltitos rítmicos y constantes los delataban.

La sala se empezaba a llenar y el calor se hacía cada vez menos soportable, menos mal que uno de los superfans llevaba un abanico maravilloso y lo movía con gracia y generosidad en todas las direcciones. Ahora haremos un paréntesis de media hora en el que os imaginaréis a los teloneros (o lo que os dé la gana) porque a mi no me apetece hablar sobre ellos. A mi juicio, totalmente prescindibles.

Por fin eran las 21:30. La emoción se palpaba…y el calor. Aimar y yo ya habíamos hablado de todos los temas de los que se habla antes de un concierto, habíamos incluso repetido una vieja conversación. De repente se apagaron las luces, la gente empezó a silbar y salieron los músicos mientras un técnico perdido cruzaba de un lado a otro del escenario. Como sacados de una aldea amish pero mucho más elegantes y místicos, Hurts aparecieron por un lado del escenario apenas iluminado con luces azules y frías. En el piano descansaba un ramo de rosas blancas que más tarde acabaría repartido entre el público. De pronto, como si despertaran de un largo sueño sin avisar, los músicos empezaron a tocar la melodía de «Silver Lightning» y la voz de Theo Hutchcraft llenó el recinto con una potencia que yo no puedo describir y que ni siquiera había imaginado. Mientras tanto Adam Anderson tocaba el piano sin reparar en la gente que gritaba, saltaba y cantaba la canción a coro. En un momento la sala estaba entregada al espectáculo, nos habían encendido con un interruptor desconocido que no se apagaría hasta después de acabado el concierto, éramos suyos y lo sabían. El concierto sería todo un éxito. Theo, a veces entregado a veces ausente, a veces introvetido a veces explosivo, fue dosificando su voz y las rosas a lo largo de todo el show. Llegaba a registros altísimos y susurraba, bajaba hasta una profundidad casi solemne, cerraba los ojos y se dejaba llevar por las melodías del piano, la batería y el violín. Cuando ya parecía que la conexión entre ellos y nosotros era inmejorable «Sunday» nos elevó a todos a otro nivel. Theo y Adam miraban al público con incredulidad y emoción mientras todos saltábamos y gritábamos, cantábamos y aplaudíamos sin parar. Al terminar el tema Theo repitió las palabras que ya había dicho en más de una ocasión y que parecían ser lo único que el cantante era capaz de articular cuando no estaba cantando, en sus momentos de introspección más espirituales: «Gracias Madrid. Buenas noches».

Ya sólo quedaban dos rosas sobre el piano y sabíamos que llegaba el final. Fue entonces cuando la euforia de «Sunday» volvió a estallar, era el turno de «Stay». Unas más y llegó el final, Theo tiró las últimas rosas, dejó el aliento en el escenario y cerró con broche de oro. «Buenas noches Madrid. Muchas gracias». Pero el público quería más. Cinco minutos de aplausos sin parar fueron suficientes para demostrar que no nos iríamos sin el bis. Una sonrisa gigante delataba a estos chicos de Manchester que pocos meses antes habían dado otro concierto en Madrid con resultados mucho más modestos. Era su noche. Nos regalaron ese bis y una última rosa y nos dejaron con ganas de más.

Felipe el Simple